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TSUNAMI

CAPITULO VII - EXTASIS GUSTATIVO

Otra realidad es la que observo. Otra realidad es la que percibo. Tu figura desplazándose grácilmente a través de la sensible biósfera que resiente tu patente presencia. Delgados y transparentes tejidos que caen desde tus hombros intentan cubrir tus caprichosos volúmenes que se resisten a pasar desapercibidos. Desean ser observados, desean ser acariciados. Su mera existencia es una irresistible tentación. Su pomposa irreverencia les impide predecir la vorágine que les espera ante la cascada de deseo represada que se apodera de mi alma. Sólo el color blanco puede contener su crudo y sensual poder que domina, subyuga y desata hirvientes escalofríos que tiñen mi piel de vellos en involuntaria erección.

Tus sabores se presentan ante mis hipersensibles papilas como tentador y lascivo jengibre. Olores de mística canela y cardamomo traspasan el umbral de mis neuronas y penetran agresivamente mi consciente. Es irresistible e irreversible el profuso banquete de placer que te tengo preparado. Es la receta maestra. La de los ingredientes secretos que te desbordan de pasión y te llevan sigilosamente a emitir placenteros gemidos desde lo más profundo de tu garganta, los cuales no son más que extensiones de las sensaciones y contracciones proporcionadas por tus abrumados centros de placer. Centros que poseo y domino con hábil maestría de hechicero. Me pertenecen. Se sienten incompletos sin mi presencia dentro de ellos. Los conozco muy intimamente, sus humedades llevan mi nombre, llevan mi firma.

Tu sensualidad es imposible contenerla ni con la densidad y rudeza del lino, por lo que caprichosa se escapa desde tus poros y me abofetea tentadoramente, sugiriéndome que puedo tener en mis manos instantáneamente el ansiado banquete: Tu cálido y deseado cuerpo.

Mis pensamientos comienzan a agobiarme ante tanta insistencia visual que me acongoja y decido precipitadamente saltar sobre tus ropas e intentar apartarlas del camino que me separa de la fisión. Estando ambos de pie decido llevarte hacia una esquina. Lugar donde puedo controlar la intensa situación. Te cargo, te elevo y comienzo a introducir mis manos por debajo de tus vestiduras y hundo mis manos en tus tiernos muslos hasta llevarlas debajo de una diminuta y estrecha tira de tejido blanco que proclama cubrir tus intimidades. Mis dedos te penetran. Estás preparada para mi piel. Esperabas y deseabas mi desenfreno. Te siento muy acalorada y dispuesta a disfrutar de tu banquete personal.

Decides estratégicamente dejarme liberar toda mi tensión para luego ser la que domina. Me provocas una muy intensa y cálida erección. Rozas suavemente mis genitales, los contorneas con tus delgados dedos haciendo cada vez más rígido mi miembro. Su calor te arropa y te excita, te hace desearlo con ansia y desenfreno. Lo ases completamente dentro de tu mano. La rigidez no me impide sentir hasta tus huellas dactilares. Siento que estalla de tanto placer y tensión. Frotas suave, violenta e insistentemente mi suave y cálido glande contra tu hambriento clítoris. Te recorren temblores desde tus pequeños pies hasta tu atribulada cabeza que sacudes hacia los lados con la intención de que te ayude a soportar tanto placer. Pronuncias mi nombre desde las profundidades donde te encuentras y tu voz retumba como trueno, como cascabeles tibetanos que reposan en una gruta en pleno Himalaya. Te hallo en el Nirvana.

Me miras con mucha intensidad y tus pupilas me comunican la lujuria y el desenfreno que provoco en tus hormonas. El Aperitivo ha sido consumido. Vienes por el plato principal.

Me empujas sensualmente para separarme de tí y te diriges hacia un mínimo tarro de miel que escondes estratégicamente en tu Olimpo personal. Templo de tus pasiones.

Me recuestas sobre la cama y abres tu apreciado aderezo. Comienzas a gotearlo sobre mi vientre, sobre mi pecho. Cada gota me consume, me quema. Su olor me desborda, me transporta a sitios remotos donde la virginal naturaleza produce con afán tal riqueza de sensaciones olfativas y gustativas que atentan contra la sanidad mental de un ser tan hipersensible. Lo esparces por toda mi entrepierna y me contraigo de manera involuntaria repetidamente, eres todopoderosa. Mis muslos sienten la suave y cremosa textura derramada con la intención de ser devorados como presa fácil por un depredador hambriento de placer.

Comienzas tu banquete. Me lames el alma. Tu lengua explota abrumada de sabores. Tus papilas acrecientan su sensibilidad y te permiten degustar lo físico y lo metafísico. Mis vellos se enredan con la espesura de la miel y tu ardiente saliva. Mi pecho se convierte en receptáculo de millones de partículas de deseo, de hormonas evaporadas buscando su destino final. Engulles mis rigideces de manera sobrenatural. Tu lengua pierde control, se desata cual animal sobre mis turgentes y cálidas carnes genitales. Mis piernas no resisten y se relajan, se rinden ante tu hambre de placer. Degustas el plato en todas sus variantes y sabores. El banquete se prolonga tan extensamente que pierdo la noción del tiempo y me dedico sólo a observarte degustando tan mágica receta. Imágenes que me sobreexcitan y me llevan al borde del colapso. Crecen y crecen progresivamente mis tensiones, por lo que acerco mi mano con la intención de controlarme aunque sea un poco, ante lo cual repentinamente tomas mi mano y la apartas de mi para culminar el banquete. Me sientes a punto del desborde, me acerco al Nirvana de la virilidad. Inteligentemente decides succionar más y más fuertemente ante la inminencia del cálido fin del banquete hasta que ya fuera de mí decido no aguantar más y deseo brindarte el aderezo que anhelabas. Mi cuerpo se estremece y te rinde pleitesía. Consumes toda mi esencia, todas mis especias.

Decides disfrutar el fin del banquete recostada sobre mi aderezada y dulce humanidad. Te sientes plena, te sientes satisfecha. Te brindo un indescriptible abrazo, te invito una copa de vino tinto seco que terminará con broche de oro nuestro dulce y erótico banquete de sensaciones.

Luego de un breve instante decides provocativamente dirigirte al chef de manera extrovertida y caprichosa y le preguntas de manera insolente:

Señor, ¿puedo repetir?

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